Cartografías de la espera (o todo por mi entrada)
Bajo la tribuna del Manzanares, un número indeterminado de adolescentes pasan días y en algún caso semanas para conseguir un puesto de privilegio en un concierto masivo.
Tiendas de campaña y mantas, sacos de dormir y extraños amueblamientos se agolpan con un orden establecido por el acuerdo; bajo un calor insoportable y rodeados de asfalto y pavimentos hidraúlicos.
Ese ritual se repite en partidos de fútbol y corridas de toros de relumbrón, tan solo cambian los actores; descamisados tatuados con los emblemas locales y viejos aficionados que se inmolan por un buen recuerdo de sus nietos. Quizás también se hacen colas para las grandes óperas, aunque me parece que ese es otro asunto.
Es, en cualquier caso esa espera, un acto relacionado con esa cultura tan cristiana del sufrimiento –hay que trabajar para conseguir-. Es un lugar que se caracteriza por la lentitud parda.
Un espacio que Dante describiría como el purgatorio.
En estos espacios tan solo la seguridad plantea una jerarquía de utilización que la policía se encarga de hacer respetar; y en ese instante, lo que de maravilloso contiene el acuerdo, se transforma en obediencia bajo la amenaza.
Es posible estudiar ese fluido lleno de acontecimientos, es posible describirlo como sistema y también es posible operar sobre él desde la arquitectura, sustituyendo coacción por libertad.
Lo que planteamos es introducir estructuras de uso que hagan que ese acuerdo entre los actores se multiplique con más transparencia y libertad. Y que ese tiempo de espera se transforme en un espacio activo y propositivo que fabrique una estancia más plácida.
Todo por mi entrada, pero sin sufrimiento.